domingo, 17 de junio de 2012

Dudas y Turismo - Por Silvia Graciela Oliverio



DUDAS Y TURISMO



A mi amigo Cristian Quintili 


Por Silvia Graciela Oliverio


La noche reinaba con corona de estrellas. Un maletero ordenaba bolsos en la plataforma de la terminal. En la algarabía de las despedidas, el pueblo interrumpió su mansedumbre de llanura. Los turistas subieron al ómnibus, y se durmieron inmediatamente. Un viaje de ochocientos kilómetros suele hacerse largo. El sol parpadeaba hilos plateados desde su escondite, hasta que logró subir. Apenas amaneció, los rayos anaranjados despertaron a “Tango-Angel”. Comenzó a pensar, aún soñoliento, una mezcla de fantasías y realidades. Se imaginaba el encuentro, que decir para que todo pareciera casual. Estudió las estrategias posibles, en caso que se diera la química, o no. Una alternativa podría ser, que a su llegada, ella fuera completamente indiferente, como si los mails, los llamados telefónicos y las largas horas de chat, hubieran sido con otra persona. Otra alternativa, que no se descartaba para nada, era que él llegaba, la chica estaba feliz y seductora, pero que a “Tango-Angel” no le llegaran sus encantos, y entonces pensaría, para que diablos hacer tantos kilómetros en vano.


A continuación analizó las alternativas más atrapantes. En todas esas variantes había buena química. Las miradas embobadas se entrecruzaban en cada mate. Un cartel de la ruta decía que le faltaban trescientos kilómetros para llegar. Ella lo estaría esperando, recién bañada, con el cabello mojado y con un perfume dulce. En unas tres horas estaría viviendo su sueño, se imaginó el brillo de sus ojos, como sería su piel. Su imaginación desprendía botones, sus labios se hundían en la suavidad de sus pechos, buscando la tibieza de sus pezones. Valía la pena el ahorro de dos años para ese viaje. Veintiocho meses pensando en ella. En ese amor virtual. Fotos intercambiadas. ¡Se escribían frases tan lindas!

Pero... existía una posibilidad peligrosa, ella preparaba la valija decidida a seguirlo. La imaginó en el colectivo de su regreso. Aún había una opción peor... Ella, insistiendo que él se quedara en el norte, y hasta le resolvía el tema de encontrarle un trabajo allí...

“Tango-Angel” comenzó a transpirar... La responsabilidad se le instaló en cada centímetro de la piel. Se convirtió en “Maldito-Tango”. Puso en la balanza todo lo que perdería con su nuevo amor, en especial, perder la adrenalina de buscar la mujer ideal... ¡Cuantas cosas perdería! : la libertad, la soledad, la noción del tiempo... Nunca más las salidas con los muchachos, los bares y pubs lo perderían como cliente, y hasta los yiros extrañados cuando lo vieran pasar de la vuelta del supermercado dirían: - pobre... terminó siendo un hombre común y corriente... -


Un niño empezó a llorar en el asiento contiguo. La madre le cambió los pañales y le dio la mamadera. Cuando terminó la leche, empezó a comer galletitas y desparramar migas por todos lados. “Maldito-Tango” ya se imaginó dos o tres niños como ese en su casa, mas los suegros, la mamá de él, los cuñados y las tías... Ya la mesa del domingo parecía la de los Campanelli, lo más trágico, era que él estaba en la cabecera. Por unos instantes, el paisaje lo cautivó. Desde sus treinta años de infinita llanura, las sierras se presentaban como gigantes de tierra y piedras. Se distrajo, con el impacto de ver por primera vez las ondulaciones verdes que recortaban el firmamento.


De repente volvió a las alternativas, faltaban cien kilómetros, en una hora debería poner una de ellas en práctica, ya tenía estudiadas a todas las posibilidades. Todas no, faltaba una. Meditó cuatro o cinco kilómetros más. Si, pensó, es la mejor.

En un paraje perdido entre los cerros, “Maldito-Tango” le pidió al chofer que le diera el bolso, y se bajó del ómnibus. Cuando yo iba llegando a ese lugar, lo vi caminando a contramano. Deambulaba con el bolso en la mano derecha y la campera en la mano izquierda, con la mirada perdida entre las nubes, que revoloteaban en un espejado cielo azul. Después, vi como llegó al bar de la estación de servicio, pidió una cerveza en el mostrador, e inmediatamente sus ojos se desviaron hacia una minita que se acomodaba el ruedo descosido de la minifalda. Mientras el hermoso tema "tango vertiginoso" sonaba en la radio.

Cuento publicado en "EL ARCA DE LOS CUENTOS", selección de César Melis, Editorial Dunken.

No hay comentarios:

Publicar un comentario