En el marco del Encuentro de Poesía Ecológica… un cuento:
LA SOBERBIA
Por Marta Guzzo
Él habló, y la Tierra adquirió su justa dimensión. Ya no hubo polvo de estrellas en el aire, los océanos apaciguaron su gigantesco oleaje, el tamaño de las rocas se contrajo y la luna se adueñó del misterio. La calma descendió sobre el planeta.
Sobre la frente del primogénito, el Aliento Divino estampó dos sellos: el de la Eternidad , y el del Libre Albedrío.
Todo pasó demasiado rápido. La vida fuera del agua creció hasta alcanzar niveles desproporcionados y la naturaleza fue devastada sin remordimientos. Y Dios, que había regalado a sus hijos el poder de crear como Él creaba, descubrió en ellos una arrogancia sin límites.
No pudo soportarlo.
De su magnificencia de Sagrado Alfarero surgió entonces una chispa que rozó la frente de animales y plantas habilitándolos para desarrollar conductas inteligentes. Después, detuvo la evolución humana.
Gracias a la Divina Misericordia los hombres no murieron. Perduraron de una manera insólita: observando un mundo nuevo del que fueron excluidos. Se los despojó de sus atributos físicos y se los recluyó en un sitio invisible –una especie de vidriera gigantesca, impenetrable a los ojos del universo–.
Un castigo justo. Los que habían sido dueños y señores del planeta tendrían un siglo entero para aprender que la posesión del intelecto ―motivo de su orgullo― no dependía de sus propias y pequeñas voluntades sino de la decisión de una instancia superior. Sin embargo, no perdieron la conciencia, y esa fue una razón para sentirse esperanzados.
La vida continuó. Las especies que poblaban la Tierra evolucionaron de la mejor manera. Nadie perdió el rumbo. Se reveló la perfección de cada criatura, de cada acción, de cada sentimiento.
Recluida en su sitio de observación, la raza castigada tuvo todo el tiempo del mundo para admirar lo que veía, y esa práctica la liberó de los viejos errores. La lección fue aprendida.
Cumplido el plazo, hombres y mujeres quisieron volver a ocupar el lugar del que habían sido desalojados, pero la nueva realidad los golpeó en pleno rostro: ya no podrían satisfacer necesidades vitales como la provisión del alimento proveniente de animales y plantas, ni contar con el calor y la protección de la madera de los árboles. Además, al planeta había que compartirlo.
Una lección perfecta. La humildad, que había sido ignorada por los humanos, fue cultivada por seres considerados inferiores cuya evolución plena los capacitó para accionar, pensar y sentir junto a los hombres, por los siglos de los siglos.
Desde entonces, ni siquiera en los diccionarios más antiguos puede encontrarse el significado de la palabra “soberbia”. Su grafía y su recuerdo fueron borrados para siempre de la memoria colectiva del género humano.
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