por Etel Carpi
Hay que llegar una vez más
y abrir la puerta.
¿Qué queda en la casa de mi madre
más que el aroma dulce de sentirla cerca?
Hay sabor a tristeza en la heladera vacía.
Abro todas las persianas
como cuando estaba ella
y la luz invade los ambientes.
Hay naranjos en flor en el patio.
Hay flores amarillas en la enredadera
cuando llega la nueva primavera
(ahora sin ella).
La casa de mi madre
es el refugio tibio de las fotos viejas.
Su presencia perdura en el reloj de la cocina
con su tic tac resonando en el silencio.Hay cuadros míos colgados de las paredes.
Hay sonidos de un piano que ya no está.
Hay una colección de bastones
sobre el majestuoso ropero.
Hay flores en los floreros.
Pían los gorriones en el árbol frondoso del centro
y el jazmín prepara sus pimpollos
para abrir en diciembre.
Hay libros viejos en la biblioteca
los libros que leyó mi padre.
Hay fotos de mi hija de sus quince años.
Hay fotos mías de mis veinte años.
Hay muebles que esperan la nada misma.
Hay una silla vacía donde
mi madre se sentaba frente a la ventana.
Y controlaba la vida que afuera pasaba
y cada instante que adentro esperaba.
La casa de mi madre cobija
los sueños de su hija.
La fresca alegría de su nieta.
Las señoras que por turno la cuidaban.
El nido de las palomas en la planta.
Qué queda en la casa de mi madre
más que el aroma dulce de sentirla cerca?
Nada y todo.
No queda el olvido.
Queda aquello que perdurará siempre
en el aire etéreo que la abraza
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