lunes, 2 de abril de 2012

El último tren - Por Marcos Sarlinga



El último tren


Observé detenidamente la estación. Cada persona, cada rasgo, todos extraños a mí y sin embargo en algo nos igualábamos, todos parecíamos estar esperando algo.
Una bruma densa y sombría caía sobre la noche y las nubes pomposas e insolentes desafiaban a la luna augurando una eminente lluvia. No entendía muy bien qué hacía allí, que es lo que estaba ocurriendo. Como un peregrino había arribado hasta el lugar guiado por una fuerza superior a la voluntad. Recorrí el andén en busca de respuestas pero la mayoría se hallaba al igual que yo, en igual de desconcierto. La esperanza estaba puesta en que sobre el horizonte aparezca un tren recorriendo los ríeles hacia nuestro encuentro. Por mi mente comenzaron a pasar imágenes confusas. Pequeños destellos de instantes trágicos. Algo parecido a un accidente de gran escala. Mi cabeza estallaba en dolor cada vez que esas visiones se manifestaban. Miré a los demás y parecían estar sufriendo el mismo tormento. Algunos caían de rodillas con las manos en su cabeza, como si presionándola pudieran menguar el sufrimiento. Todo se asemejaba a un sueño, donde nada es lo que parece y donde lo que se siente es más fuerte que toda razón, ya que por más que lo intentase, no podía dilucidar con claridad la situación.
Traté de focalizar mi mente en las imágenes a pesar del dolor, para poder comprenderlas bien. De repente me vi sentado en un tren con gente hacinada confiriendo miradas perdidas, dormidas aun. Aferrado a su medre, un niño temeroso mira desconfiado a un joven con perforaciones y tatuajes en su rostro. Intentando cruzar el pasillo con auriculares puestos y sumido en su mundo, otro joven se irrita. De repente sin siquiera imaginarlo un estruendo feroz nos sorprende y siento el impulso de una energía que me desprende del asiento y, ya… ya no veo nada. Pasa un lapso que no puedo estimar y mis parpados se abren con dificultad. Escucho gritos desgarradores a mí alrededor, el llanto de un niño llamando a su madre, posiblemente el que estaba a mi lado. Veo personas mutiladas, aplastadas con las partes destruidas del vagón que hacía sólo unos instantes nos trasportaba, quizá, con un destino común para la mayoría, el trabajo. Trato de levantarme y no siento las piernas que están debajo de un posible cadáver. Con mi mano derecha bañada en sangre intento alcanzar un barrote ladeado y sin poder lograrlo, el dolor y las heridas profundas en todo el cuerpo me vencen, y no ofrezco resistencia. Ceden allí, las imágenes, las que le suceden son las de estar caminando un corto trecho, con rumbo a esta parada. Desaparecido el dolor y volteando para ver a los demás, advierto ahora en la multitud figuras familiares, parecidas a las que viajaban conmigo. Algunos que estaban como extraños los unos a los otros, ahora se abrazan. La tortuosa visión nos había despertado y devuelto la identidad. Aun así, no sabíamos que estábamos haciendo allí y, el paisaje desolador no parecía ser la antesala a ningún paraíso. De pronto se escucha la sirena del tren, todos quedan mirando a la izquierda, expectantes de la máquina imponente que se abre paso en la neblina y rompe con un silencio sepulcral que hela el alma. Una especie de terremoto sacude el lugar y las paredes de la estación se agrietan de forma considerable. Algunos caen al suelo y otros se alejan de las vías por miedo a quedar atrapados en ellas. Desde lo más profundo de la oscuridad y la nada, se empezaron a oír voces de lamento y protesta. Algunas pedían por justicia y verdad, por castigo. Otras indudablemente se excusaban y acusaban. Se escuchaban sollozos de familias, también a una multitud repitiendo la palabra impunidad. Todo esto mientras una locomotora de antaño y despidiendo humo se nos acercaba provocando un temblor inquietante. Las voces continuaron unos minutos más y, todos podían oírlas. Pude reconocer a un par de ellas, y no fui el único. Cincuenta, dijo una, cincuenta y uno, corrigió otra. Dignidad! clamó alguien y, ya sólo quedó esa palabra haciendo eco en la oscuridad, mientras se sofocaba paulatinamente con el ruido de un tren que ya se estacionaba con dificultad. El temblor se detuvo por completo y lo que tanto habíamos estado esperando, estaba en frente de nuestras narices. Lo que parecía una fantasía, algo que se esfumaría al despertar, ya no lo era. Sin lugar a dudas no nos hallábamos en nuestro mundo, quizá estábamos en otro plano de conciencia, pero en fin, lo que estaba sucediendo, era evidentemente real.
-¡Suban! Dijo una voz grave y arenosa, desde el interior del tren.
Entre murmullos y gritos podía sentirse el miedo que se tenía de subir.
Veníamos de una tragedia y nadie quería sufrir el mismo destino otra vez. El problema yacía en que ya nadie creía en el destino ni en el futuro. Únicamente sabían que no querían seguir padeciendo. Cómo si el miedo traspasara todo estado de conciencia y pudiera también reinar más allá de la vida.
-¡Suban! Se volvió a sentir desde el interior.
Luego de unos minutos, un hombre robusto y vestido cual época del siglo diecinueve baja de la locomotora y mira a la multitud allí presente.
-Es el último tren, suban ahora o quédense varados aquí por la eternidad.
Todos se miraron y de apoco fueron acercándose y subiendo, mientras el maquinista los observaba como si los reconociera. Me sorprendió verlo seleccionar e impedir que suban algunas personas, mientras los contaba en vos alta.
-veintidós
-Usted no, aún no.
-Usted sí, suba. Y seguía, treinta y tres, treinta y cuatro…
De repente quedaron muchos afuera y entre ellos, yo, que aún estaba dubitativo.
-¡Falta uno! Gritó y añadió…es ahora, es el último tren o quédese varado por…
Repetí la frase al mismo tiempo que él, tapando su voz.
-…por la eternidad… Muy bien, ya subo.
Cuando pasé a su lado para subir me sonrío con una mueca de sarcasmo.
-Dónde vamos, le pregunté.
Me miró fijamente, volvió hacia los que quedaron debajo en el andén y exclamó;
¡Cincuenta y uno!

La locomotora retomó su marcha y, mientras las primeras gotas de la tempestad se estrellaban con vehemencia sobre los vidrios, (como si también quisieran ser parte del viaje) con las alas de lo etéreo desplegadas, se perdió su imponencia entre la arcana neblina del infinito.

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