viernes, 30 de marzo de 2012

Tiempos - Por Silvia Graciela Oliverio

TIEMPOS

PASADO

Al principio había supuesto que reclamaban derechos de autor, después, quedé convencida que solamente querían ser protagonistas. A Ellos, los descubrí hace mucho, cuando este pueblo, hoy apenas  centenario, era otro. Otro Zavalía: sin asfalto ni alumbrado público. No teníamos electricidad permanente en las casas, y nadie podía imaginar un celular cuando en toda la localidad había solamente tres teléfonos a manivela. Un pueblo que prometía prosperidad en el movimiento de sus  almacenes, fondas y boliches. A pesar que las cintas se cortaban, siempre en el mejor momento de la trama, el cine era maravilloso. Las revistas y las fantásticas películas  nos mostraban inventos que jamás habíamos visto en la realidad: televisión, lustradoras, licuadoras. En esos tiempos  todavía pasaba el lechero con su carro tirado por un caballo, y todo el cereal de la cosecha se hombreaba en  bolsas que se guardaban en los galpones del ferrocarril.
Para contarles con exactitud, en ese momento, yo tenía 8 años y estaba jugando con pompas de jabón. Muchos dirán que mi mala memoria es incapaz de recordar tanto detalle, pero esas personas, que emiten opiniones tan a la ligera, no saben que mi cerebro se comporta igual que el disco rígido de una computadora. Al  llenarse mi memoria con el recuerdo de  otras vivencias, la única forma de liberar espacio para guardar datos nuevos es escribiendo los cuentos, bajándolos a papel o dispositivos virtuales.  Ese es el único modo en que recuerde que mi alacena no tiene azúcar, o que debo pagar la cuenta del teléfono. A menudo se me transforma en una pesada carga, porque mi mente apenas tiene un poco de lugar vuelve a generar otro cuento que llena el espacio vacío; otra vez se me olvida de comprar el pan del día, y  a comer pan duro hasta terminar de escribir el nuevo cuento.
Vuelvo a ese corredor de alisado rojo, cuando yo era una niña sentada en la hamaca que hizo mi padre con un asiento de arado y las burbujas de jabón se desparramaban por el patio fragante de glicinas y maquillado de  púrpura por las magnolias en flor. Ese día, fue suficiente que mirara uno de los cuadros de paisajes pintados en  la pared, para que la inspiración me dictara el primer poema. Ese instante fue mágico, como era mágica toda la casa y como será para mí,  por siempre, mágico este pueblo.
En el silencio de las noches, escuché las pisadas que crujían en los pisos de madera dejando marcas de pies descalzos en el brillo resplandeciente. El brillo era mérito de mi madre a pura  cera de abejas y nafta blanca, las furtivas pisadas, en ese entonces me parecían anónimas. Otras noches,  daban vueltas de llaves en las cerraduras de las puertas, pero no lograban abrirlas, porque nos preocupábamos de ponerle a cada una su tranca. Si se encendía una vela, o una linterna, no se veía nada extraño. En esos tiempos ignoraba que sus sentimientos se acurrucan en los rincones y que también están en el día, pero con el trajinar diurno pasan desapercibidos.
Más adelante los encontré por todos lados, percibía su llegada como una brisa de estática en la piel. Tal vez sea por eso que este pueblo se lo pasa demoliendo casas y haciendo remodelaciones de los jardines, pero lamento informarles, que así no solucionarán nada.
Este relato va sin imágenes actuales, porque los lugares que más quiero ya no existen. No me equivoqué de tiempo verbal, aunque no existan, yo igual los quiero. El otro día miraba por Internet los pueblos de mis abuelos, y los centros históricos se mantienen igual que hace muchísimos años. Si pudiera viajar a Italia, podría rezar en la misma iglesia que se casaron mis tatarabuelos, podría mirar la ventana del piso de alto donde se asomaba mi bisabuela a esperar a su marido, podría pisar el mismo empedrado de la plaza donde mi abuela caminó llorando por última vez en su pueblo natal.  Es probable, que a cualquiera de ustedes le pasaría lo mismo si volviera sobre los pies de sus antepasados en Europa. Es que en el viejo mundo está prohibido cambiar las fachadas de los edificios de los antiguos barrios, se pueden hacer todas las comodidades que uno elija en el interior, pero la presentación del lugar debe quedar restaurada e idéntica como hace doscientos, trescientos años o más.

PRESENTE

Sin embargo, en este nuevo mundo no parece necesario mantener la historia viviente. Ni siquiera la pequeña historia de tan solo cien años. Sepultamos, escondemos, y de vez en cuando desenterramos algo, espiamos un poco, y volvemos a ocultar muy bien todo. Después se lo cuenta como se relatan los chismes,  cada cual a su manera, omitiendo verdades, agregándoles algunas mentiras. Pero no hay modo de engañar ni ocultar el pasado. Si prestas atención es probable que escuches los alaridos de los malones, los gemidos de las cautivas y los relinchos de los caballos en tropillas cuando aún no había alambrados que los detuvieran. Quizás no entiendas el idioma, entonces es probable que sean los inmigrantes buscando volver a su patria. Si presientes humedad, es el sudor de los carpidores de maíz. Pero no nos vayamos tan lejos, si volviera alguien que emigró de Zavalía hace unos cuarenta años, a primera vista  no reconocería los lugares de hoy. Es que cien años es muy poco para un pueblo, es como si fuera la primera infancia de una persona. Los niños tienen muchos cambios antes de formar su personalidad definitiva. Pero este abuso de hacer y deshacer dificulta aún más las cosas. No solamente para mí, que extraño no ver  los macetones lujuriosos de vegetación  de la galería de doña María, siempre cubiertos de flores y brotes nuevos. No solamente para mí, que añoro treparme a las estanterías del viejo Almacén  Inglés, para desarmar telarañas gigantes. No solamente para mí, que pagaría cualquier cosa por recortar de las paredes esas pinturas de paisajes que adornaban la galería de la casa que mis padres alquilaron en mi niñez. No solamente para mí, que sigo buscando semillas de esa planta de flores azules, como estrellitas, que brotaban hacia el cielo desde el jardín de doña Luisa. No es solamente para mí, que quiero volver a ver esas columnas de verde marmolado con beige que estaban en el altar de la Capilla. No solamente para mí, total, yo pude disfrutar de las hamacas altísimas del patio de la escuela rebosante de verde. No solamente para mí, total, yo pude admirar de la plaza grande cuando aún tenía flores. No solamente para mi, total, yo pude entender el tiempo sin tiempo, en esos años en que no nos dábamos cuenta que éramos felices.
Claro, las cosas no se dificultan solamente para mí, ni para ti que estas leyendo este relato, también para todos los inexplicables. Hacía tiempo que yo venía haciéndome la zonza, como muchos otros, intentado ingenuamente que se olvidaran un poco de sus reclamos. Intenté que el trabajo me ocupara todo el día, y juntar todo el sueño posible para llegar a la cama rendida de cansancio y dormir inmediatamente. Para no escucharlos, para no prestarles atención. Fue imposible. Fue tan insoportable ignorarlos que pude caer en la cornisa de locura. Ahora, que los entiendo, que los acepto,  en este domingo tormentoso y oscuro, donde la paz parece instalarse en la tarde primaveral de mi nuevo jardín, van pasando uno a uno,  los inexplicables, eso que algunos llaman inspiración, Ellos, todos esos fantasmas que me dictan los cuentos y poemas que escribo.

 FUTURO
Tendré mucho tiempo para pensar, para imaginar, para recordar. Alguien cuidará mi jardín. Alguien estará horas frente a mis ollas esperando el punto del dulce de los frutales que planté, mientras yo, implacable intentaré dar mi opinión.
No se si sentiré alivio o me exasperará, pero alguien se ocupará de mis papeles y de mis libros. Alguien considerará basura las mil reliquias que guardo en el armario del pasillo, y tal vez no pueda salvarlas, no sé que facultades pueda conservar para ese entonces.
Quizás la contemplación y el silencio me bendigan algún día. Es probable que en mis años de retiro pueda observar sin prisa todas las flores del mundo. En realidad no puedo saberlo exactamente, pero lo imagino tranquilo.
Alguien mirará mi reloj después de la medianoche y pensará que es tarde, cuando a mi, la misma hora, siempre me parecía temprano.
No lo sé, pero tal vez, pueda viajar mucho y conocer miles de paisajes nuevos.
De algo estoy segura, podré volar y recorrer las miradas con brillo. Te elegiré. Me sentirás. ¿Escribirás lo que te transmita cuando me transforme en un fantasma inexplicable para los demás?

1 comentario:

  1. Qué bueno, Silvia, que tengas la habilidad de ubicar al lector en el lugar exacto que estás describiendo! Y el juego del tiempo; y la curiosa y expectante mirada al futuro que se hace eco de lo que alguna vez todos pensamos acerca del nuestro.
    Puro talento, Silvia.
    Felicitaciones.

    ResponderEliminar