Género:
Cuento
Edad:
13 años
Tierras lejanas
Eran las nueve de la
mañana de un 6 de agosto. Todo era nuevo; las calles; las casas; la gente; mi
vida, y simplemente por otra nueva mudanza, otra de las tantas que hemos hecho
mi familia y yo durante nuestra vidas. Creo que ya estoy acostumbrada a este tipo
de vida y aunque quisiera no podría cambiarla.
Llegadas las 5 de la
tarde pudimos al fin desempacar y acomodar todo en nuestra nueva casa, que era
colonial. Inmediatamente después, salí a recorrer mí barrio, mi nuevo hogar.
Vivía en el centro; a la derecha estaba
la plaza principal y a la izquierda, un par de negocios. Consideré que el
barrio era agradable.
Ya era la tardecita y
había recorrido bastante. Estaba dando la vuelta en la esquina cuando algo
enorme interrumpe y me da un gran asombro; era nada más y nada menos que un
caballo, montado por un jinete, vestido con ropa tradicional de gaucho; una gorra
roja, una camisa a cuadrillé, unas bombachas blancas y unas botas negras. Fue tal mi asombro de
ver un caballo en pleno centro, que me mareé un poco, traté de tranquilizarme,
dar un paso hacia atrás e ir por otro camino, y eso es justamente lo que hice,
pero al girar venía un hombre en un “sulky”. El reloj de la ciudad se había
detenido, ninguna de sus agujas hacían el mínimo movimiento.
El tiempo se había parado y las épocas lejanas
habían vuelto como si alguien las hubiera revivido. Estaba confusa, todo me
daba vueltas, el mundo estaba al revés al igual que yo. Tal vez era una ciudad
del tiempo que volvía y retrocedía sin ningún motivo. De repente los caballos y
los “sulky” se multiplicaban, las personas vestían como gauchos, paisanos e
indígenas. Sentía que sobraba, y era justo lo que hacía allí, sobrar, en una
época que no me correspondía, tal vez eran 20 años atrás, tal vez una
eternidad.
Volví a mi casa sin
mencionar una sola palabra del hecho ocurrido. Temía que mi familia no
estuviera viendo lo que yo, o aún peor, que mi familia sean ancestros de épocas
pasadas, que habían revivido como todos los demás. Esa noche no pude dormir,
era lógico, algo fantástico había ocurrido y estaba confundida.
Al día siguiente fui
a la escuela. Era muy linda. Mis nuevos compañeros me hicieron sentir como en
casa y eso me gustó mucho. Sentí que todo transcurría con normalidad, que todo
lo ocurrido el día anterior había sido como estar en una máquina del tiempo por
unos momentos y al final todo volvía al presente. Quizás este ciclo se repetía
a menudo en este misterioso pueblo.
Me senté con una
chica llamada Anna, era muy simpática. Me sentí lo bastante segura para
contarle lo ocurrido el día anterior. A veces con las personas que más puedes
hablar sobre ciertos temas son con las que aún no conoces muy bien, ¿Será
porque son las que más te escuchan? Sea lo que sea, a mí siempre me ha pasado.
Traté de explicarle de la mejor manera posible el hecho que tanto asombro y
desequilibrio me provocó y cuando al fin pude terminar soltó una carcajada. Yo
no sabía a qué se refería su risa y personalmente lo tomé como una burla. Fue
entonces que dijo:
-Perdón por la risa,
pero es que vos sos nueva en esta ciudad y lo primero que tenés que saber es
que aunque Los Toldos es una ciudad, todavía conserva las características de un
pueblo…-
-Pero… ¿Los gauchos,
los caballos y el reloj?- interrumpí.
- Ayer, 6 de agosto,
fue el día del pueblo y para festejar, todos nos vestimos como nuestros
originarios... – Me explicó.
- Y… ¿El reloj?-
Pregunté para seguir teniendo un poco de autoestima.
-Bueno, el reloj ya
hace unos varios años que no anda, y sigue estando allí como un patrimonio
cultural, se podría decir-
Di por terminada la
conversación. Me sentía avergonzada por haber imaginado algo así, pero lo único
que sí sé es que me queda mucho por descubrir de este pueblo y estoy ansiosa de hacerlo.
Chiara María Villa.
13 años.
Colegio San José.
Primer premio, primera categoría secundaria del concurso de la Sociedad de Escritores 2014.
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