Edad:
16
El
chico abrió la puerta de su casa reinada por la penumbra, pasó por el umbral
gritando el nombre de su madre para asegurar si esta se encontraba ahí o no,
nadie le contestó. Entró y cerró la puerta, dejó la pesada mochila sobre la
mesa y sacó todas sus cosas de ella. Encontró lo que buscaba, una soga que
había comprado en la ferretería de camino ahí.
Siguió
por el comedor hasta el teléfono que se encontraba en el living, llamó a su
madre y le pregunto a qué hora llegaría. Ella trabajaba de maestra en una
escuela para mantener toda la familia. Le confirmó lo que quería saber,
llegaría a las cuatro de la tarde, le quedaban tres horas para lograr su plan.
Se
cambió y comió algo rápido, se sentó en la mesa delante del papel donde
plasmaría sus últimas palabras. Era algo difícil de escribir, comenzó
dirigiéndose a su madre “nada de lo que haga es tu culpa, te amo más que nada
en este mundo, tú eres y siempre serás mi heroína. Dile a mi padre que es un
hijo de puta por no haberme querido y dile que no tenga la satisfacción que
hago esto por él. Te voy a extrañar mucho te espero en el cielo” cuando terminó
las lágrimas recorrían sus mejillas, algunas de tristeza, otras de furia.
Se
iba a suicidar, lo había decido cuando se despertó en la mañana. En la escuela
al verla a ella y que sus compañeros lo insultaran y despreciaran solamente
aumentó su deseo. No era solo por esto sino la suma de todo, el amor de su vida
que nunca le pertenecería, sus “amigos” que lo utilizaban cuando había que
hacer un trabajo o tarea difícil y luego seguían odiándolo, su padre, la
pobreza, y una larga lista de etcéteras.
Tomó
asiento en el sillón para pensar la forma, todavía no se había decidido, compró
la soga pero quería la forma menos dolorosa de morir, lo que él deseaba era
dejar de sufrir, no llamar la atención. No tenía pistola ni arma alguna,
cortarse las venas era demasiado doloroso por lo que lo descartó, así que su
única opción era ahorcarse.
Llorando,
pero decidido, se dirigió al jardín con la soga en la mano y una silla en la
otra. Encontró el árbol más alto e hizo el nudo y pasó la cuerda sobre la rama,
colocó la silla debajo. Miro su trabajo cuando terminó y sonrió, al fin
acabaría su dolor, tanto tiempo llorando y deseando que terminara todo.
Extrañaría
a su madre, eso era lo que lo detuvo por mucho tiempo pero ya ni eso lo detenía.
Subió a la silla y ajustó la cuerda a su cuello. Pateó el asiento y sus pies encontraron
el vacío pero no calló por la soga que ahora apretaba su cuello privándolo del
aire. Los dieciséis años de su vida pasaron por su memoria, momentos felices,
momentos tristes, caras y caras de personas que había conocido, familia,
amigos, su único y último amor, su madre. Cuando se arrepintió ya era muy tarde,
el nudo era tan apretado. Su cuerpo se retorcía tratando de soltarse pero no pudo.
La última palabra que cruzó su mente fue:” no”, antes de soltar el último
aliento y dejarse vencer por la muerte.
Francisco Garcia. 15 años. Escuela Normal.
Cuento ganador primer premio segunda categoría secundaria concurso de la Sociedad de Escritores, 2014.
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